Boris es un genio de la física que odia el mundo por considerarlo, básicamente, inferior a él en todo. Sufre de terrores nocturnos que le recuerdan que nada tiene sentido. Un día, casualmente, conoce a una chica que acaba de llegar a Nueva York desde un pueblo perdido del Sur de los Estados Unidos. Lo que empieza como un gesto solidario con una chica inocente y perdida en la gran ciudad, se desarrolla como una sucesión de enredos vitales y, sobre todo, amorosos.
Aunque en esta película siguen presentes los eternos conflictos de Woody Allen, vemos quizás unas mayores dotes de amargura, encarnadas en el personaje protagonista, con sus disquisiciones desengañadas sobre la política, la sociedad, el amor... A pesar de todo, el final nos deja un buen regusto, aunque, como el propio Boris nos recuerda que nada dura siempre.
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